Don José tiene una memoria increíble, un sentido del humor perspicaz, sabe del acontecer mundial y también de los detalles cotidianos de su empresa de importación y venta de telas. Es padre, abuelo y bisabuelo de una extensa familia que no para de crecer y además, en breve, el próximo 9 de enero de 2020, cumplirá 100 años de vida. De los cuales 79 los ha vivido en Chile.
Esta personalidad excepcional nació en la localidad de Vadillos, pleno corazón del Camero Viejo (La Rioja), en el seno de la familia formada por sus padres, Serafín y Antonia. Fue el menor de siete hermanos, favorecidos por una genética prodigiosa que dotó a varios de ellos de una longevidad centenaria.
Desde su infancia la existencia de Chile, un lejano país al otro lado del océano, le resultó familiar. Varios antiguos vecinos del pueblo, como Braulio Lasanta del Valle y Santiago Díez Lería, llevaban años residiendo aquí y habían hecho importantes donaciones a la pequeña villa. Para cada 18 de septiembre se izaba la bandera chilena en la escuela y el maestro de ella, Martín Martínez Grandes, ilustraba a sus alumnos acerca de los motivos de la conmemoración.
En esa escuela, Don José y sus hermanos aprendieron las primeras letras y nociones de aritmética, que les permitirían desarrollar sus talentos emprendedores en los siguientes años. Sus hermanos mayores, Francisco y Manuel, fueron los primeros en aventurarse y emigrar hacia Chile, una década después les seguirían los menores, Juan y José.
Aquí este último se dedicó al comercio mayorista y minorista de telas asociado junto a sus hermanos en la Casa Chantilly, situada en el centro histórico de Santiago. Con el paso de los años, llegó a ser el único propietario de la sociedad, a la que se fueron incorporando sus hijos. Hoy, Chantilly, con sus siete décadas de existencia, goza del prestigio de ser la más antigua empresa chilena del rubro y se ha extendido por todo el país gracias a sus 25 sucursales.
En el plano familiar contrajo matrimonio en 1956 con Nilda, una española oriunda de Soria. Constituyendo una amplia familia formada en valores y principios mediante el ejemplo y el sentimiento.
En el ámbito de la filantropía ha destacado por su admirable dedicación a las instituciones de la colectividad española residente en Chile. Desde 1973 hasta 1991 fue miembro del directorio de la Sociedad Benéfica La Rioja, ocupando la presidencia entre los años 1984 y 1991, liderando una etapa de grandes modernizaciones. También fue director de la Sociedad Española de Socorros Mutuos y Beneficencia y del Estadio Español.
Don José es un confeso apasionado de La Rioja, la que visitaba periódicamente hasta hace unos pocos años atrás. Hoy, a través de internet, sigue al día de lo que allí ocurre, porque “uno se puede ir de su tierra, pero la tierra difícilmente se va de uno”. Antiguas aficiones como la caza, la pesca y las partidas de mus, han sido reemplazadas por la lectura reposada. Hablar con él es entrar a un mundo de historias, anécdotas y pensamientos lúcidos, siempre expresados con la mesura propia de alguien que ha sido un testigo privilegiado del acontecer de las últimas décadas.
Como páter familias que es, sigue monitoreando de cerca sus actividades empresariales y aconsejando a sus hijos y nietos en ese ámbito. Pero también aporta el cariño y la calidez necesarias, junto a Nilda, para acoger las reuniones que mantienen unida a la familia.
La de Don José, que duda cabe, ha sido una vida bien vivida en muchos ámbitos, y en todos ellos ha sabido marcar una huella trascendente destinada a perdurar en el tiempo.
Publicado en:Revista Anuario La Rioja, nº 89 (Septiembre, 2019): págs. 54-55. Editada por la Sociedad Benéfica La Rioja de Chile.
Con parte del dinero que recibió Laura Mounier, su viuda, pudo construir el Palacio de Marivent, que hoy es la residencia de la Familia Real en Mallorca
Por Juan Antonio García-Cuerdas
En la zona pirenaica de la provincia de Lérida (Cataluña) se encuentra la comarca del Pallars. Hacia el norte limita con Francia, hallándose por el oeste a escasos km del valle de Arán y por el este de Andorra. A mediados del siglo XIX la principal localidad de la zona era Sort, con una población que rondaba los mil cien habitantes. En ella nació Matías Granja Rafel el año 1840, quien descendía de la casa familiar denominada “casa Cota” (nombre con el que décadas después bautizaría uno de sus ingenios salitreros).
Si bien Sort se hallaba dentro de un área caracterizada por sus montes escarpados, la villa se situaba en la zona inferior de un fértil valle a una altitud de 692 m, beneficiándose de un clima mediterráneo de montaña. Desde antiguo los habitantes de Sort pudieron dedicarse a la agricultura y a la ganadería de subsistencia, vendiendo los excedentes de cereales y las crías de ganado vacuno y caballar en diferentes ferias fuera de la población. Sin embargo, las expectativas de desarrollo personal eran escasas, motivando la emigración, durante el siglo XIX, de los más jóvenes tanto hacia las ciudades como a América.
Matías Granja sale de Sort y llega a Chile en 1862
Según la tradición popular erudita recogida en el mismo Sort, Matías Granja emigró de su pueblo a los 15 años de edad para dirigirse a Barcelona, desde donde, luego de una breve estadía, se trasladó a Bilbao. Allí conoció e hizo amistad con Juan Higinio Astoreca y Astoreca (Bermeo, Vizcaya, 1840-Iquique, 1903) que con el tiempo sería su socio y cuñado. Ambos amigos, de carácter resuelto y espíritu emprendedor, decidieron el año 1862 esconderse en las bodegas de un vapor que salía desde Bilbao hacia Valparaíso. Luego de dos años de permanencia en esta ciudad, se dirigió por la vía marítima hacia Cobija, entonces un puerto boliviano y hoy una caleta pesquera situada en la región de Antofagasta (1).
Cobija tenía en aquel tiempo una población en torno al millar de personas, dedicados en su mayoría a las actividades mineras. Uno de los vecinos principales era el acaudalado comerciante y empresario Juan Sáez y Torres (La Coruña, 1825-Valparaíso, 1891), quien había llegado en 1850 a este puerto. Sáez contrató como empleado de confianza a Matías Granja, el que así pudo principiar su aprendizaje mercantil y vislumbrar la importancia que tendría la industria del salitre. En 1870 inició su propio camino en el comercio y enseguida se asoció con su amigo Higinio Astoreca (que se casaría con Felisa Granja Rafel). Juntos lograron crear una red de tiendas situadas en varias localidades del norte de Chile y en ciudades fronterizas de Perú y Bolivia, las que proveían con productos europeos que compraban a los grandes importadores de Valparaíso. El éxito económico no se hizo esperar y enriqueció pronto a ambos socios (2). A mediados de la década de 1880 Astoreca dejó la sociedad para trasladar su residencia a España.
Matías Granja contrae un fugaz matrimonio y posteriormente logra formar una familia
Si bien en el ámbito económico la fortuna comenzaba a sonreírle y su patrimonio se incrementaba velozmente, en la esfera de su vida personal tomó una decisión inconveniente que le traería en el futuro consecuencias desagradables, que no fue capaz de prever. En 1874 conoció en Valparaíso a la joven francesa Laura Mounier Boucher (Niza, 1851-ibíd., 1937), cantante y bailarina en un grupo de variedades que estaba de paso por Chile actuando en teatros locales. Granja se enamoró impulsivamente de ella y decidió proponerle matrimonio, el que tuvo lugar en Iquique poco después. Los cónyuges se mantuvieron juntos durante breves años pues, por razones que se desconocen, Laura Mounier resolvió retornar a Francia (allí tenía un hijo de corta edad). La separación física de los esposos llevó a Granja más tarde a emparejarse con una viuda, Paula Navarro, con la que tuvo dos hijas: Laura Granja Navarro, nacida en 1882/3 (?); y Zarina Granja Navarro, en 1884 (3).
Matías Granja abandona el comercio y entra enérgicamente al negocio salitrero
Luego de la partida de Astoreca, su primer socio, Matías Granja dejó el comercio y formó en 1885 una sociedad con Baltasar Domínguez Lasierra (Galicia, 1850/1 (?)-Santiago de Chile, 1901) y Antonio Lacalle Gómez de Arteche (Azofra, La Rioja, 1857-Viña del Mar, 1917), para participar en el negocio de la producción y exportación de salitre. En 1886 adquirieron la oficina productora de este mineral llamada La Salvadora. Luego de este primer paso vendrían otros en los siguientes años, comprando oficinas (Cruz de Zapiga y Nueva Rosario), además de paquetes de acciones de compañías salitreras que buscaban controlar. En 1894 Antonio Lacalle se retiró de la firma para operar junto a sus hermanos la oficina Iberia, ubicada en Tocopilla. Los socios restantes crearon en Iquique el año 1894 la sociedad colectiva Granja y Domínguez, a la que aportaron todos sus activos mineros. En 1901 falleció Baltasar Domínguez y un año después Matías Granja compró a sus herederas la participación del 50% que mantenían en la sociedad. Nacía así la firma Granja y Cía., una de las más grandes productoras de salitre de Chile (si no la más) de propiedad de un único titular. A ella incorporó todos sus activos en Tarapacá y Antofagasta: el 60% de la oficina La Granja, el 60% de las oficinas Iberia y San Miguel, las oficinas Democracia, Aragón, San Francisco, Cataluña, entre otras; todos los derechos y operaciones activas en el distrito de Aguas Blancas; y además, el puerto de Coloso y la línea férrea que lo servía, como veremos a continuación (4).
Construcción de una línea férrea y del puerto de Coloso
Desde 1897 Granja venía fraguando un proyecto grandioso. Junto a su socio Domínguez habían adquirido en la zona de Aguas Blancas (hoy provincia de Antofagasta) valiosas pertenencias salitreras, cuya explotación era exigua pues tropezaba con dificultades geográficas para transportar el mineral a la costa y embarcarlo. Granja concibió la creación de una línea férrea propia que recogiese el salitre desde sus ingenios en la zona (Pepita, Bonasort y Cota) y lo llevase a la caleta Coloso (situada a unos 16 km al sur de Antofagasta), donde levantaría un puerto para despacharlo. Los primeros trabajos de construcción del ferrocarril se iniciaron en 1898 y en 1902 fue inaugurado. La línea tenía 98 km de longitud desde la oficina Pepita hasta el puerto, llegando a contar tiempo después con decenas de locomotoras y centenares de vagones para su servicio. Por su parte, en Coloso se construyeron malecones, muelles, maestranzas, bodegas, planta desalinizadora de agua, usina eléctrica, poblaciones para empleados y obreros, etc. A la par, se fue levantando un pueblo con todo tipo de servicios (escuela, hotel, teatro, pulpería, iglesia, bomberos, etc.) para atender las actividades del ferrocarril y sus trabajadores, el que llegaría a albergar a más de dos mil habitantes (5). El costo de todas estas obras se estimaba en 946.832 libras esterlinas (6), (equivalente a unos 1.047 millones de libras el año 2020), (7).
La riqueza salitrera que brotaba de la zona de Aguas Blancas, junto a la producción de sus otras pertenencias mineras, habían convertido a Matías Granja en 1906 en el segundo exportador de salitre chileno y en uno de los hombres más ricos del país. Sin embargo, estos satisfactorios logros económicos estaban siendo amenazados, al menos desde 1901, por una delicada situación personal cuyo desenlace lo mantenía angustiado en su fuero íntimo.
Laura Mounier retorna desde Francia e inicia una batalla legal en los tribunales de Chile
A inicios del nuevo siglo Laura Mounier estaba de regreso en Chile, sin duda ya informada de la acaudalada posición de su marido. En septiembre de 1902 entabló una demanda contra Matías Granja “sobre divorcio perpetuo y liquidación de la sociedad conyugal”, con el fin de obtener la mitad de los bienes (gananciales) que le correspondían dentro de la totalidad del patrimonio formado por su cónyuge. En los siguientes años la salud de Granja comenzó a debilitarse progresiva e irreversiblemente. Una consecuencia de este acelerado deterioro físico fue el acuerdo al que llegaron ambas partes litigantes el 20 de junio de 1906, mediante el cual pusieron término al juicio de divorcio, siendo una de las bases de este desistimiento el respeto de los derechos que a ella le correspondían en la sociedad conyugal. Días después, el 15 de julio de 1906, falleció Matías Granja en Valparaíso a los 66 años de edad (8), como consecuencia de una afección al corazón. Laura Mounier, por imperio de la ley, entraba así en posesión de la mitad del inmenso patrimonio que su marido había logrado acumular mientras estuvieron casados. Otra fatalidad, ocurrida tan solo un mes después del deceso de Granja, fue la muerte de Paula Navarro, su compañera de vida y madre de sus dos hijas, como consecuencia del terremoto que asoló Valparaíso el 16 de agosto de 1906, el que derribó la mansión familiar de Limache donde esta se encontraba.
La herencia de Matías Granja
El empresario había otorgado testamento para disponer de la mitad de su patrimonio. En sus estipulaciones testamentarias dejaba el 60% de sus bienes para sus dos hijas, Laura y Zarina Granja Navarro; el 5% a su sobrino Moisés Astoreca Granja (hijo de Felisa Granja); el 23% a sus siete sobrinos Marió Granja (hijos de Antonia Granja) y el remanente quedaba a favor de instituciones y de terceros que designaba en el referido documento legal (9).
Las deudas o pasivos que mantenían las empresas de Matías Granja al momento de su muerte se estiman entre un mínimo de 1.200.000 y un máximo de 1.800.000 libras esterlinas. En cuanto a sus activos totales o su patrimonio neto las referencias son igualmente dispares. Una fuente habla de un patrimonio de tres millones de libras esterlinas (10), aproximadamente 3.115 millones de libras al año 2020. El historiador Roberto Hernández Cornejo lo calcula en setenta millones de pesos (11), aproximadamente 4.200.000 libras esterlinas de la época (12). Por su parte, Gonzalo Vial señala que la herencia de Granja oscilaba entre un mínimo de diez y un máximo de sesenta millones de pesos sin incluir “el bocado más contundente en dicha fortuna: la salitrera Iberia”, que fue traspasada en vida a una sociedad anónima con acciones al portador, distribuidas entre los que después serían sus herederos (13).
El derrumbe del imperio salitrero que había formado Matías Granja comenzó en 1907, cuando los miembros de la comunidad hereditaria acordaron liquidar la sociedad conyugal y partir los bienes heredados (14). Pero los herederos, que no contaban con las cualidades ni el interés para mantener en equilibrio las finanzas sociales, “se enemistaron entre sí y se repartieron sumas cuantiosas”, con lo que contribuyeron a descapitalizar la sociedad Granja y Cía. (15). Influyó también el clima de intensa agitación social por el que atravesaba el país, el que culminó el 21 de diciembre de 1907 con una violenta jornada en la escuela Santa María de Iquique que dejó centenares de obreros salitreros muertos y heridos. A fines de ese año el gobierno chileno aprobó con urgencia un controvertido préstamo de 500.000 libras esterlinas a favor de la referida sociedad, cuyos problemas de liquidez amenazaban con llevarla a la quiebra y provocar una crisis de proporciones en la economía chilena. Finalmente, el préstamo sería pagado el año 1908 tras vender los herederos la línea férrea y el puerto de Coloso en 680.000 libras a Grace & Co., sociedad que en 1909 procedió a su reventa en 1.100.000 libras.
No conocemos las cifras que finalmente recibieron los miembros de la sucesión, pero podemos suponer con fundamento que fueron considerables. Las hijas, Laura y Zarina Granja Navarro, contrajeron matrimonios aventajados con miembros de la élite aristocrática chilena y vivieron acomodadamente el resto de sus días. Laura Granja de Ramírez dio a luz los años 1907 y 1908 a sus hijas Josefina y Beatriz respectivamente, en su domicilio de calle San Ignacio 70, una gran mansión recién edificada con planos del prestigioso arquitecto Ricardo Larraín Bravo. Su hermana, Zarina Granja de Larraín, residió desde 1932 hasta su muerte en 1966 en la calle Agustinas 735 (hoy 733), uno de los tres sectores en que se dividía el denominado palacio Subercaseaux (frente al Teatro Municipal de Santiago), con siete personas a su servicio. Sin embargo, la evidencia más clara de la súbita riqueza que favoreció a los herederos, fue el estilo de vida oneroso y deslumbrante que comenzó a desplegar la viuda, Laura Mounier, el que mantendría durante el resto de su vida.
Laura Mounier, escultora y animadora de la vida cultural santiaguina
A inicios de siglo, luego de regresar a Chile, Laura Mounier conoció a Juan Dionisio Saridakis Tornazakis, de origen griego, quedando cautivada por su singular encanto, fino trato y porte físico. El 4 de agosto de 1907 contrajeron matrimonio en el Registro Civil de la municipalidad de Providencia. Saridakis declaró en ese acto tener 32 años de edad y ser ingeniero. Había llegado a Chile siguiendo a sus dos hermanos mayores establecidos antes de 1891. Constantino (1860), fue “farmacéutico” y “destilador licorista” (instaló la destilería de la fábrica de licores de los catalanes Ventura Hnos. y Gramunt en 1894); y Manuel (1864/5 ?), fue también “licorista”.
Mounier y Saridakis formaron una peculiar pero a la vez “glamourosa” pareja que, a pesar de la gran diferencia de edad, compartía una similar afición por el arte, la contemplación de la belleza, la buena vida y lo exquisito.
Desde su retorno a Chile, Mounier se dedicó a desarrollar sus dotes artísticas en el campo de la escultura. Ya había sido premiada en París y en Santiago fue reconocida en salones oficiales. Se encuentran referencias a sus obras en revistas locales de la época como Zig-Zag, Selecta y el catálogo de la Exposición Internacional de Bellas Artes de 1910 (16). Con los primeros dineros provenientes de la liquidación de los bienes conyugales, compró una casona rodeada de árboles y jardines en la avenida Vicuña Mackenna 6. Fernando Santiván, Premio Nacional de Literatura de Chile (1952), describió su casa como una “mansión de confort y de arte”, destacando los murales interiores monumentales, pintados durante meses por el maestro Benito Rebolledo. La vivienda estaba dotada de una cancha de tenis y de otros variados entretenimientos. En la parte superior estaba el taller de escultura de ella y el de pintura de Saridakis (17). Esta casa fue el centro de reuniones de artistas y literatos de la época en amigables y prolongadas tertulias.
El escritor español Eduardo Zamacois, de paso por Santiago, fue invitado a una de estas veladas, describiendo a sus anfitriones en los siguientes términos: “El señor Saridakis… es un real mozo: alto, hercúleo, con un perfil aguileño y caballeresco y una abundante barba rubia, sedosa y magnífica. Algunos hilos de plata prestan a su cabeza, de cabellos cortos y rizados, una melancolía novelesca. Tiene poco más de treinta años: es elegante, correcto, encantador…”. Luego se refería a su esposa Laura como a “una francesa de trato exquisito, muy viajada, muy vivida, amable, espiritual y complicada como una mujer de Bourget, que lee mucho, y comprende a Beethoven, y pinta muy bien, y ha obtenido con el busto que envió a la última Exposición [de 1910] una Segunda Medalla” (18). Algunos artículos de revistas de la época permiten complementar esta descripción, colocando énfasis en “su carácter fuerte y contestatario” (19).
Laura Mounier compró también una casa de playa en el balneario de Zapallar, entonces uno de los más aristocráticos y hermosos de Chile. Allí se trasladaba junto a Juan D. Saridakis por temporadas, dedicándose a la escultura en una cabaña habilitada como taller en el sector de Cachagua, un entorno que invitaba a la contemplación de la naturaleza.
Para sus desplazamientos por la ciudad de Santiago, Mounier adquirió hacia 1908 un lujoso automóvil descapotable, que captaba la atención de los transeúntes tanto por su inusual presencia como por su excepcional estética (20).
Laura Mounier y Juan D. Saridakis dejan Chile y trasladan su residencia a Mallorca
El año 1917 Laura Mounier vendió su casona de la avda. Vicuña Mackenna en 270.206 pesos, con intenciones de abandonar el país y radicarse en Europa junto a su marido. Pero la pandemia de 1918 que azotaba a gran parte del mundo, conocida también como “gripe española”, modificó los planes de viaje. Finalmente, en 1920 se encontraban recorriendo las costas cantábricas y mediterráneas (Santander, Niza y otras localidades) en búsqueda de un lugar con encantos especiales donde pudiesen asentarse definitivamente e iniciar una nueva vida.
En 1922 se establecieron en Mallorca, fascinados por el paisaje y el clima de la isla. Allí, en un sector cercano a Cala Major, a unos 5 km del centro de la capital, Palma, encontraron un solar de 33.000 metros cuadrados situado sobre un acantilado que mira a la bahía palmesana. El año 1923 encargaron al arquitecto Guillem Forteza Piña la construcción de una gran edificación, que concluyó en 1925. La mansión, o más bien palacete, fue bautizada como Marivent (mar y viento). El edificio, de materiales nobles, integraba elementos regionalistas y modernistas, destacando su torre elevada que le daba un aspecto de antigua fortaleza y sus espaciosas terrazas. En esta casa, un refugio rodeado de gran belleza escénica, se dedicaron los siguientes años a perfeccionar sus habilidades artísticas, a alternar con personalidades del ámbito del arte y la cultura, a viajar por Europa y a impulsar variadas actividades filantrópicas.
Laura Mounier falleció en 1937 y tiempo después Juan D. Saridakis contrajo matrimonio en segundas nupcias con Ana (Anunciación) Marconi, quien había asistido en la vejez a su primera esposa. Tras la muerte de Saridakis en 1963, Marconi, cumpliendo con los deseos de su marido, donó Marivent a la Diputación Provincial de Baleares el año 1965 (estaba amoblado con más de 1.300 piezas artísticas, algunas de grandes firmas) con el fin de crear un museo, el Museo Saridakis. La Diputación, el año 1973, cedió el uso a los príncipes y futuros reyes de España don Juan Carlos y doña Sofía. La casona recibió el nombre de Palacio de Marivent y pasó a ser la residencia en Mallorca de la Familia Real española en 1976, siendo desde entonces su lugar de veraneo preferido.
Una reflexión final
Cuesta comprender cómo el voluntarioso Matías Granja, que dedicó enormes esfuerzos a hacer realidad sus visionarias ideas empresariales, no logró prever los efectos devastadores que eventualmente podría tener para la continuidad de su emporio salitrero la entrega de los gananciales a su cónyuge. Para evitarlo hubiese bastado que regularizase en una época temprana su situación matrimonial, acordando con Laura Mounier un arreglo económico. Quizás fue la embriaguez del éxito, la distancia, el olvido o una vida vivida a una velocidad de vértigo lo que le impidió reflexionar de manera oportuna y adecuada. Comoquiera que hayan sucedido los hechos, de los que sabemos muy poco, nunca fue más cierto el adagio popular español que reza: “Nadie sabe para quien trabaja”.
Publicado en:La Gaceta Digital nº 19 (Abril, 2022): p. 3 y sigs., editada por AIECh (Asociación de Instituciones Españolas de Chile).
(1) Cisco Farrás, “Matias Granja, el primer emigrant”, Árnica 28, Revista del Consell Cultural de les Valls d’ Aneu (Marzo, 1996): 31-32.
(2) Rafael de la Presa, Venida y aporte de los españoles a Chile independiente (Santiago: Imprenta Lautaro, 1978), 583, 587.
(3) Floreal Recabarren y Pamela Ramírez, Coloso. Ayer y Hoy (Antofagasta: Corporación Proa, 2017), 55.
(4) Marcos Agustín Calle Recabarren, “Inmigración española, matrimonios y movilidad social en el Tarapacá salitrero. Un estudio desde el puerto de Iquique (1860-1940)”, (Tesis de magister en Historia, Universidad de Concepción, 2011), 114-117.
(5) Floreal Recabarren y Pamela Ramírez, Coloso. Ayer y Hoy, op. cit., 14-39.
(6) Santiago Marín Vicuña, Los Ferrocarriles de Chile (Santiago: Imp. Cervantes, 1916), 59.
(7) Para actualizar el poder de compra de la libra al año 2020 se utilizó en este caso, y en aquellos posteriores citados, la web: https://www.measuringworth.com/calculators/ppoweruk/ (hemos usado el concepto “economic cost”, que nos entrega una cifra aproximada bastante realista cuando se la compara con los costos actuales de construcción de un km de ferrocarril, sumados a los de edificación de un puerto como el de Coloso y su poblado).
(8) Oscar Dávila Izquierdo (ed.), “Jurisprudencia”, Revista de derecho, jurisprudencia y ciencias sociales 10, nº 2 (Abril, 1913): 83-84.
(9) Floreal Recabarren y Pamela Ramírez, Coloso. Ayer y Hoy, op. cit., 44.
(10) Joaquín Blaya Alende (ed.), El progreso catalán en América, vol. 1: Chile (Santiago: Imprenta y Litografía La Ilustración, 1922), 351.
(11) Roberto Hernández C., El salitre. Resumen Histórico desde su Descubrimiento y Explotación (Valparaíso: Fisher Hnos., 1930), 72.
(12) El tipo de cambio promedio utilizado para 1906 fue de 16.70 pesos chilenos por una libra esterlina. Ver Salvatore Bizzarro, Historical Dictionary of Chile, 3ª ed. (Lanham, MD: Scarecrow Press, 2005), 276.
(13) Gonzalo Vial Correa, Historia de Chile (1891-1973), vol. 1, tomo 2 (Santiago: Editorial Santillana del Pacífico, 1981), 608.
(14) Floreal Recabarren y Pamela Ramírez, Coloso. Ayer y Hoy, op. cit., 44.
(15) Gonzalo Vial Correa, Historia de Chile (1891-1973), op. cit., 608.
(16) Bärbel Schoess Orrego, “Vestigios de Mármol y Barro. La escultora en el territorio de Chile y su figuración femenina (s. XIX- inicios del s. XX)”, (Tesis de grado, Universidad de Playa Ancha, 2020), 8.
(17) Fernando Santiván, Obras completas, tomo 2 (Santiago: Zig-Zag, 1965), 1.765.
(18) Eduardo Zamacois, Dos años en América: impresiones de un viaje por BuenosAires, Montevideo, Chile, Brasil, New-York y Cuba (Barcelona: Maucci, 1913), 85.
(19) Bärbel Schoess Orrego, “Vestigios de Mármol y Barro…”, op. cit., 8.
(20) Hacia 1910 los automóviles particulares registrados en la circunscripción municipal de Santiago eran veintiuno. Ver Tomás Errázuriz, “El asalto de los motorizados. El transporte moderno y la crisis del tránsito público en Santiago, 1900-1927”, Historia 43, vol. 2 (julio-diciembre 2010): 371.
La provincia y Comunidad Autónoma de La Rioja se encuentra en el tercio norte de la península Ibérica. En sus 5.045 km2 de extensión alberga una población de 323.000 habitantes (2012), distribuidos en dos zonas geográficas con clara individualidad. Una, discurre en paralelo al río Ebro y conforma su límite norte. Destaca por su fértil llanura de clima acogedor, y con el paso de las estaciones cobija viñedos y huertas coloreadas entre el verde y el ocre. La otra, en la parte sur confinando con Soria, es una comarca montañosa y de geografía abrupta, con alturas por sobre los 1.000 m, bosques profusos y nieves perennes en las cimas.
Esta última, desde tiempos remotos, es conocida como la Sierra de Cameros-Demanda. Dentro de sus lindes se despliegan sobre las laderas de los montes una cincuentena de pétreos pueblos y aldeas, algunos, los más recónditos, ya abandonados. La crianza de la oveja merina y la fabricación de telas impulsaron la prosperidad de la comarca durante varios siglos, pero la revolución industrial condujo a la crisis a estas actividades artesanales y pre-capitalistas. Desde mediados del siglo XIX, sus habitantes comenzaron a emigrar a otros destinos buscando mejorar su bienestar económico. En una primera etapa se dirigieron hacia las cálidas tierras extremeñas y andaluzas. Y desde fines del mismo siglo, el destino fue el cono sur americano, Chile y Argentina. Desde la década de 1880 y hasta 1950, poco más de dos mil cameranos se radicaron en nuestro país. El pueblo que más inmigrantes aportó a este proceso fue Villoslada de Cameros. Un total de 227 personas, mayoritariamente jóvenes y adolescentes, se radicaron en Chile para dedicarse al negocio maderero y al comercio. Los pioneros fueron Pedro Zabala Sánchez-Lollano, fundador de una barraca de maderas en la Avenida Alameda de Santiago, y su primo y socio Guillermo Larios Zabala, que le sucedió en la dirección. Este último transformó la barraca, a fines del siglo XIX, en una gran empresa con sucursales, bosques propios y goletas para trasladar la madera desde el sur de Chile a la zona central.
La expansión de la compañía motivó la llamada e incorporación de parientes y vecinos del mismo pueblo. Comoquiera que estos terminaban independizándose, llamaban a otros parientes y así sucesivamente. Hacia 1950, más de una veintena de barracas tenían propietarios de este origen. Y un puñado de estas empresas marcaban la pauta en la industria forestal chilena: BIMA, RALCO, MAGOSA, MADESAL, Aserraderos Andinos, etc., efectuando un gran aporte al desarrollo de ella en el país.
Paralelamente a sus actividades económicas, los villosladenses tuvieron una intensa participación en las instituciones de la colectividad española. Cabe recordar a Emilia Fernández Puente y a Julia Hueto Maté, presidentas del Hogar Español; a Miguel Lacámara, presidente del Círculo Español y de la Sociedad Benéfica Provincia de Logroño; a Francisco Lacámara Ruiz, presidente de la Sociedad Española de Beneficencia; a Juan González Hernández, presidente del Círculo Español y de la AIECh; a Félix Gil, presidente de la Unión Española, y a otros tantos que anónimamente se incorporaron en los directorios de estas y de otras instituciones.
Sin embargo, más destacable aún es el estrecho vínculo espiritual que este grupo humano ha mantenido con su pueblo desde hace más de un siglo. De ello dan testimonio la creación de la Sociedad Protectora de Villoslada y, hoy en día, del Comité de Villoslada en Chile, gestores de diversas donaciones a su pueblo, como la Fuente Chilena y la Plaza Chile, entre otras. Asimismo, el patrocinio de la principal fiesta de la localidad, conocida como la Caridad Grande, ha sido asumido de manera casi invariable desde hace décadas por alguna familia radicada en nuestro país. Cabe concluir que este grupo de inmigrantes demostró cabalmente que junto con lograr, no sin dificultades, el bienestar económico en tierra ajena, era posible también trabajar por la colectividad residente y por el bien de sus paisanos en España. Comportamiento que en definitiva les honra a ellos y a su patria.
Publicado en: Revista Estadio Español nº 7 (Octubre, 2014): pág. 15. Editada por Estadio Español de Las Condes.
Fue fundador y primer presidente en 1909 del Centro Español de Antofagasta y uno de los principales comerciantes de la ciudad. Años después su vida daría un giro radical cuando luego de acercarse a las doctrinas orientalistas se estableció en Santiago con una librería para difundirlas
Conoció en Antofagasta a Gabriela Mistral el año 1911, manteniendo ambos una estrecha amistad y colaboración de por vida
Por Juan Antonio García-Cuerdas
Ocenilla es una pequeña y antiquísima localidad situada 14 kms al noroeste de la ciudad de Soria, a una altitud aproximada de 1.100 m. Se caracteriza por sus largos inviernos con frecuentes heladas y sus veranos cortos y calurosos. El suelo agrícola que rodea el núcleo poblacional permitió antaño a sus habitantes desarrollar cultivos agrarios (cereales, legumbres, hortalizas) a pequeña escala y criar ganadería lanar. Para fines del XIX (1877) su población alcanzaba a 336 habitantes, cifra que en las siguientes décadas iría disminuyendo al emigrar sus moradores a otras latitudes. Fueron los jóvenes principalmente, al término de sus estudios primarios en la escuela local, los que emprendieron este éxodo, buscando tanto un mejor porvenir económico como evitar ser enrolados para prestar el temido servicio militar, que los podía conducir al frente de Marruecos donde España se enfrentaba a crueles guerras intermitentes.
Durante la última década del ochocientos Zacarías Gómez Delgado se embarcó hacia Chile, llegando a la casa de unos parientes en Chillán, para enseguida dirigir sus pasos hacia el comercio de Antofagasta, una ciudad en pleno auge económico que se beneficiaba de la liquidez proveniente de la explotación del salitre en la zona. Pocos años demoró en lograr emanciparse y abrir su primer comercio, La Tienda Inglesa, a la que le siguió en 1906 La Colmena, en la comercial calle Prat. En esos años iniciales del nuevo siglo llamó para trabajar junto a él a su hermano Agustín y a su primo Segundo Gómez y Gómez (quien será el progenitor de los Gómez Gallo, familia que más tarde destacará en el rubro empresarial y en la política nacional). No serían los únicos, varios jóvenes españoles más se formaron al alero de sus establecimientos comerciales, despegando desde allí en busca de su propia independencia.
Los negocios caminaban bien y su situación económica rápidamente se consolidó, lo que le permitió efectuar inversiones inmobiliarias y dedicarse a otros quehaceres paralelos. Desde su llegada a la ciudad se incorporó a las escasas instituciones españolas existentes. Pero, observando que faltaba una de carácter social y cultural, se decidió a encabezar la creación del Centro Español en 1909, resultando elegido presidente en la primera asamblea con la presencia de 143 compatriotas. Fue también vicepresidente de la Sociedad Española de Beneficencia, concejal (regidor) del municipio de la ciudad y miembro fundador de la Cámara de Comercio local. Su logro público más notorio durante esos años fue la ejecución del encargo que la colectividad española residente le efectuó a él y al vicecónsul Alejandro Granada, de un imponente conjunto escultórico que fue regalado a la ciudad con motivo de las celebraciones en 1910 del centenario del inicio del proceso de la Independencia de Chile. Esta onerosa donación refleja la pujanza de la colonia de Antofagasta que sumaba por entonces cerca de 1.400 españoles.
El escritor Gerardo Claps lo describía así: “Poseía un físico que lo hacía inconfundible. Con su barba y delgadez, pero sobre todo con su hablar fluido y profundo, parecía un profeta” (1). Gracias a sus incesantes lecturas, agrega Claps, había adquirido una impresionante cultura “que fluía espontáneamente en sus conversaciones y encantaba a sus interlocutores. Ello le valió ser el centro de continuas tertulias y ejercer un indiscutido ascendiente dentro de la colectividad española” (2).
El año 1907 se casó con Carolina Marzheimer, de origen alemán. Cuatro hijos nacidos en los siguientes años (Zacarías, Guillermo, Hernán y Bernardino) vinieron a conformar la familia.
Sus inicios en el Teosofismo
Durante la primera década del siglo XX Zacarías Gómez, que “era un espíritu adelantado a su época”, se integró a la Sociedad Teosófica Destellos, de Antofagasta. Este movimiento había surgido el año 1875 cuando se creó la Sociedad Teosófica en Estados Unidos. Según Joan Soler, era una tendencia de carácter religioso, orientalista y heterodoxo, que compartió espacios sociales con el espiritismo, el esoterismo moderno, el vegetarianismo, el feminismo, el naturismo, el higienismo y, sobre todo, la masonería. Buscaba una renovación espiritual con la mirada puesta en Oriente. En Chile se formaron agrupaciones teosóficas en distintas ciudades. Zacarías Gómez hizo propios los postulados del movimiento. Inició una intensa búsqueda espiritual en medio de la cual se hizo naturista, vegetariano y practicó la meditación, en ocasiones, mientras tomaba baños de sol, prácticas que mantendría hasta su muerte en 1961. De forma paulatina se fue alejando de sus actividades comerciales. Para ello, a fines de la década de 1910 ya había incorporado en sus negocios como socio gestor a su compatriota Antonio Quiñones, quedando él como socio comanditario (capitalista)
Gabriela Mistral llega a Antofagasta y traba amistad con Zacarías Gómez
El año 1911 Gabriela Mistral fue trasladada al Liceo Femenino de Antofagasta como inspectora general y profesora de castellano. Ese mismo año se incorporó a algunas actividades de la logia Destellos, en cuyas reuniones la joven de 22 años pudo conocer y departir con Zacarías Gómez. Este, junto con captar el talento en ciernes y las angustias de la joven, que no se avenía con las principales figuras intelectuales de la ciudad, la acogió fraternalmente. Por su parte, ella, impresionada por la profunda cultura teosófica y orientalista y las excelsas cualidades humanas del soriano, lo convertiría en su amigo y confidente. Una amistad que, a pesar del escaso año y medio que la Mistral estuvo en Antofagasta, se iría consolidando epistolarmente en el tiempo, en especial luego de que la poetisa dejara Chile en 1922, regresando solo tres veces al país (1925, 1938 y 1954). Durante las siguientes décadas se generaría una profusa correspondencia entre ambos, en la que ella depositaría sus cuitas y pensamientos más personales en su amigo. Este, por discreción, se preocuparía antes de morir de destruir la mayor parte de las cartas. No obstante, se conservaron un gran número de las recibidas por ella. La confianza que la poetisa depositó en su amigo fue tal que le otorgó poderes para cobrar sus colaboraciones en la prensa y sus haberes en las editoriales, sirviendo además como intermediario entre ella y su hermana Emelina, a quien apoyaba económicamente (3). El contenido del intercambio epistolar pone de manifiesto la conducta fiel y desinteresada de Zacarías Gómez cuando se consagraba a satisfacer los encargos de la futura Nobel. Como también el uso que hacía aquel de una prosa cuidada, no exenta de lirismo y matizada en ocasiones por reflexiones espirituales.
Zacarías Gómez compra en Santiago la Librería Orientalista
Luego de la Gran Depresión económica de 1929 y del desplome final de los precios del salitre en 1933, Antofagasta cayó en un prolongado letargo que le trajo sinsabores económicos. Se desplazó hacia La Serena y antes de 1940 decidió establecerse definitivamente en Santiago.
En la capital compró la Librería Orientalista, la única especializada en estos temas. Estaba situada en el Pasaje Hunneus, al que se accedía por la calle Catedral 1145, frente al edificio del entonces Congreso Nacional. Desde allí siguió contribuyendo a la orientación espiritual de Gabriela Mistral ya no solo como consejero, también proveyéndola de las primicias en cuanto a libros y revistas de inspiración teosófica y orientalista (4), ideas a las que la poeta fue afín gran parte de su vida. Este trato epistolar y el suministro de libros se mantendrían hasta 1956. A inicios de enero del siguiente año Gabriela Mistral fallecería
El poeta y periodista Carlos Sander describió así al librero soriano: “Ahí [en su librería] era un oficiante de ritos antiguos, un cuidador de los libros sabios. Obras de temas espiritualistas: filosofía, yoga, teosofía, rosacrucismo, cristianismo, masonería, naturismo, literatura oriental y filosofía general… Parecía un patriarca y un profeta, y lo fue dentro del ambiente chileno. Hay hombres que tienen estatura de maestros. Él ejerció un maestrazgo, que todos sabían reconocer” (5). Su librería adquirió fama como centro de notables tertulias animadas por destacados intelectuales.
El 17 de julio de 1961 fallecía Zacarías Gómez a los 85 años como consecuencia de un infarto al miocardio. Su cultura erudita, su rectitud y su calidad de hombre de bien que derrochaba bondad fueron apreciadas en vida y tras su muerte por familiares y extraños, entre quienes se había granjeado afectos entrañables. Pero fue su vocación de servicio al prójimo la que dejó huellas indelebles en el tiempo. En particular, el apoyo y colaboración incondicional que prodigó a Gabriela Mistral, el que ha sido estudiado por los investigadores “mistralianos” locales y extranjeros que han escudriñado en las cartas intercambiadas entre este soriano y la Nobel buscando pistas que permitan descubrir nuevas facetas de la vida de ella. No se equivocaba la poetisa cuando en una carta que dirigía a su amigo el año 1954 le decía: “Nosotros tenemos una amistad per vita (por toda la vida) sí, y también después de ella” (6).
Zacarías Gómez perteneció a esa clase de españoles que sin buscar reconocimientos o distinciones, estaban convencidos de que sirviendo a Chile y a la comunidad de manera silente lograban honrar de la mejor forma posible a España.
FUENTES PRINCIPALES:
[1] Gerardo Claps, “Zacarías Gómez Delgado”, en Forjadores de Antofagasta: 148 años de historia (Antofagasta: Corporación Proa Antofagasta, 2014), p. 154.
[2] Gerardo Claps, “Discurso”, en Don Zacarías Gómez, un español que hizo camino en Antofagasta (Antofagasta: s.n., 2002), 15.
[3] Martin C. Taylor, Gabriela Mistral’s Struggle with God and Man. A Biographical and Critical Study of the Chilean Poet (Jefferson, NC: McFarland, 2012), 60, 223.
[4] Entrevista a su sobrino Segundo Gómez Gallo, efectuada en agosto de 2010.
[5] José Antonio Gónzalez Pizarro, “La otra Gabriela Mistral. Cultura, ideología e intimidad en la correspondencia con Zacarías Gómez”, Anales de Literatura Hispanoamericana 18 (Enero 1989): 108 nota 4.
[6] Ibíd., 133.
Publicado en:La Gaceta Digital nº 17 (Marzo, 2022): p. 2, editada por AIECh (Asociación de Instituciones Españolas de Chile).
Durante tres años fue el atleta de fondo y medio fondo más veloz en las pistas chilenas y se convirtió en una figura pública
En España se le reconoce oficialmente como el primer “maratoniano” y “mediomaratoniano”español
Por Juan Antonio García-Cuerdas
El año 1889 Mallorca se vio convulsionada por una severa crisis agraria cuyas consecuencias recayeron principalmente sobre la población rural de la Isla. Las expectativas económicas se tornaron sombrías y con posibilidades de agravarse aún más. La familia Creus Font, residente en Hostalets, entonces un suburbio agrícola de Palma de Mallorca y hoy un barrio integrado en la ciudad, tomó la decisión de buscar un mejor porvenir emigrando fuera de la Isla. Coincidió esta coyuntura con la presencia de agentes del gobierno chileno que se hallaban en Palma contratando inmigrantes por mandato de este, el que ofrecía pasajes subsidiados para asentarse en el país. Siendo este factor determinante para que fuese Chile el destino elegido por la familia. A mediados de 1890 ya se encontraban establecidos en Santiago Juan Creus junto a su mujer, Bárbara Font, y sus cuatro hijos de corta edad: Juan (1880), Margarita (1884), Ángela (1886) y Antonio (1888).
El acomodo al nuevo horizonte de vida y trabajo en Chile fue laborioso y no exento de dificultades. Juan Creuz (así, con una zeta final, quedó inscrito el apellido en el Registro Civil chileno), con la ayuda de su hijo mayor, logró establecer una carpintería que derivó más tarde en un taller de reparaciones de carruajes y carrocerías en el barrio Independencia. El domicilio familiar lo establecieron en la calle Campo de Marte, actual Almirante Latorre (en Santiago poniente).
El menor de los hijos, Antonio, siendo un joven adolescente, comenzó a desarrollar sus innatas habilidades atléticas ejercitándose en el Parque Cousiño (hoy Parque O’ Higgins), situado a corta distancia de su hogar. Durante la semana las prácticas extenuantes se repetían día tras día. Los domingos participaba en competencias amateur, que lo llevaban en ocasiones a correr por calles adoquinadas y rutas pedregosas de Santiago y sus alrededores. Paulatinamente se fue transformando en un insuperable corredor de fondo y medio fondo.
El año 1908 ganó la denominada marathon a Maipú, si bien la distancia era inferior a la oficial. El mismo año ganó otra prueba de 32 km en el picadero de la Quinta Normal, batiendo a Martiniano Becerra, el hasta entonces campeón chileno. El reconocimiento público y oficial del liderato de Creuz llegaría en enero de 1909, luego de su participación en los primeros “Juegos Olímpicos” chilenos, desarrollados en el Parque Cousiño y el Club Hípico. La principal prueba atlética fue la de cross country con obstáculos sobre 10.000 m, que ganó, venciendo otra vez a Becerra, quien poco después decidió retirarse de las grandes pruebas, “abandonando en manos de Creuz el campeonato de Chile”. No obstante, la consagración definitiva de Creuz se produciría el domingo 2 de mayo de 1909, cuando corrió la primera maratón oficial chilena sobre la distancia de 42 km en el Hipódromo Chile. Ese día un gran número de espectadores llenó las gradas para animar, junto a la banda del regimiento Pudeto, a los mejores fondistas del país. A las 2 p.m. se dio inicio a la prueba. Creuz partió en posiciones secundarias y luego de las primeras vueltas tomó la delantera, que mantuvo hasta el final de la carrera, convirtiéndose en el primer ganador de una maratón oficial local.
El siguiente año, 1910, sería un período pleno de festejos para Antonio Creuz que ganó diversas pruebas, desde “el record de la hora” hasta carreras sobre 10.000 m y sobre una milla. Creuz, para entonces, reinaba sin contrapeso en el atletismo local. La siguiente maratón oficial la corrió el 24 de mayo de 1910 en Buenos Aires, en el marco de los llamados “Juegos Olímpicos del Centenario”. Fue la primera maratón oficial argentina y se efectuó en la Sociedad Sportiva de la ciudad. Participaron ocho corredores de cinco nacionalidades, entre ellos destacaba el italiano Dorando Pietri, “campeón sin corona” en la maratón de los Juegos Olímpicos de Londres en 1908 y una celebridad internacional, quien a la postre se llevó la victoria con la mejor marca de su carrera, 2h 38’ 48”. En segundo lugar quedó Creuz con 2h 45’ 04”. Cuatro días después, el 28 de mayo, ante veinte mil espectadores, nuevamente se enfrentaron en una media maratón de 20 km, que también ganó el italiano con 1h 11’ 37”, seguido por Creuz con 1h 14’ 15”.
Era tal la fama de Creuz que durante enero de 1911 recorrió el norte de Chile, junto con el reconocido fondista Martiniano Becerra, efectuando exhibiciones competitivas en varias ciudades con gran éxito de público. Sin embargo, estando en su plenitud física, inició su paulatino alejamiento de las competencias atléticas, que se materializó en 1912. Sus obligaciones laborales en una fábrica de zapatos y la formación de una familia (sería padre de cuatro hijos), le restaron posibilidades de entrenar y mantener un primer nivel competitivo. Pocos años después se estableció con una bodega de venta mayorista de papas en el sector de la Vega central de Santiago.
A pesar de ser hoy un virtual desconocido, Antonio Creuz se ganó un lugar en la historia de las competencias atléticas chilenas y españolas. Óscar Fernández, en la revista Atletismo Español de la Real Federación Española de Atletismo (nº 684, 2015), señala que Creuz “el año 1909 se convirtió en el primer maratoniano español al vencer en la primera edición de la maratón de Santiago de Chile” (En España la primera maratón se efectuó en Barcelona el año siguiente, enero de 1910). Prosigue la publicación, “Creuz se enfrentó directamente y en dos ocasiones con Dorando Pietri, el atleta más mediático de la época, y en ambas sucumbió, pero sus resultados son de un altísimo nivel”. Su marca en 1910 fue 2h 45’:04 (la onceava mundial ese año según la Association of Road Racing Statisticians), dos años antes, el oro olímpico en la maratón de Londres de 1908 se había ganado con 2h 55’:18”.
La logros de Creuz en la historia del atletismo local lo encumbraron a lo más alto durante varios años y dejaron una huella indeleble en el deporte chileno y español. Que estas breves líneas sirvan para reconocer a este inmigrante hispano que como muchos otros, en tantas y tan variadas áreas de la realidad chilena, aportaron al desarrollo del país en esta época contemporánea.
Fuentes: Entrevista a D. José Antonio Creuz Vargas. A. Acevedo y J. Gálvez, Plaza y la Marathon: historia completa de la maratón en Chile…(Santiago: Nascimento, 1928). Claudio Herrera, “La desconocida historia del primer maratón realizado en Chile”, El Mercurio, 5 de septiembre, 2015.
Publicado en:La Gaceta Digital nº9 (Septiembre, 2021): p. 4, editada por AIECh (Asociación de Instituciones Españolas de Chile).
La huella que el padre Goyena dejó en Chile durante largas décadas de estadía, es indeleble. Y no es sólo porque la zona de acceso a la capilla de nuestro Estadio sea hoy un Paseo que lleva su nombre, o que figure en el cuadro de honor de los rectores de los colegio Calasanz e Hispano-Americano o incluso que haya sido durante más de tres décadas el capellán de la colectividad española. Es que además el padre Goyena logró ganarse un lugar preferente en el corazón y el afecto de muchos de quienes le conocimos.
Un escritor decía que sólo mueren las personas que queremos, las demás simplemente… desaparecen. Y la muerte del padre Goyena fue muy sentida porque era un hombre querido por muchos, tanto dentro de la colectividad española como fuera de ella. Su sencillez y cercanía, su profunda espiritualidad cristiana y su labor de acompañamiento en la vida de personas y familias le granjearon el cariño sincero de quienes se acercaron a el.
Había nacido en la localidad navarra de Tafalla el 9 de agosto de 1924 siendo el menor de cuatro hermanos nacidos en una familia de profundas convicciones cristianas, formada por Fermín Goyena y Marcelina Saralegui. Los difíciles años que se vivían en la España rural de la época y el ejemplo de Patxi, su hermano mayor que ya había ingresado a la Congregación de los Padres Escolapios, lo impulsaron a seguir la vida religiosa a los doce años, incorporándose al Colegio Escolapio de Tolosa (País Vasco). Inició así un periplo formador que lo llevaría por Orendain, Albelda de Iregua, Bilbao y finalmente Vitoria, donde fue ordenado sacerdote en 1947 con casi veintitrés años de edad.
Preparado para comenzar su misión pastoral, se embarcó en el puerto de Barcelona el 10 de febrero de 1948 con destino a Santiago de Chile, donde llegó veintiún días después. Aquí se incorporó como profesor a los colegios Hispano-Americano y Calasanz, en los que dedicó gran parte de su vida a la formación espiritual e intelectual de sus alumnos. En varias ocasiones ocupó la Rectoría de ambos colegios, marcando durante décadas su personal impronta en ambas instituciones.
En estos colegios puso especial énfasis en estimular las actividades deportivas, y el mismo se transformó en un entusiasta hincha de la Unión Española, a la que seguía asiduamente en las tardes de domingo en el Estadio Santa Laura. Al poco andar la filatelia pasó a ser también otra de sus pasiones, llegando a coleccionar algo más de cincuenta mil sellos. Durante los primeros años en Chile sus retornos a Tafalla fueron esporádicos, pero en los últimos eran casi anuales. Allí se sentía feliz visitando a sus sobrinos y amigos y caminando por las calles de su infancia. No obstante, contaba que la partida, primero de sus padres y luego de sus hermanos, las había vivido con tristeza a la distancia.
El año 1981 comenzó a ejercer como capellán de Estadio Español, en reemplazo del fallecido padre Fermín Maeztu, también escolapio y navarro. Así fue que lo comenzamos a ver con frecuencia no sólo en la capilla del Estadio, también en acontecimientos de todo tipo. Prontamente sus virtudes humanas y su magisterio pastoral le granjearon el cariño de los fieles. Como orador sagrado sus prédicas eran coloquiales y didácticas, con lenguaje llano apelaba a la bondad intrínseca del ser humano, esa que brotaba de su interior espontáneamente. Sus sermones dominicales nos recordaban a los de aquellos buenos párrocos rurales de la España profunda. Y no se crea que estaban exentos de estilo y belleza en el lenguaje y de fuerza en el mensaje. Poseía gran capacidad de observación de la vida y de los seres humanos, por lo que no se quedaba en ejercicios intelectuales abstractos, prefería concentrarse en el realismo de la cotidianeidad. Y así fue como llegaban con confianza a el, unos para que bautizase a su hijo o nieto, otros para que casase a su hijo, o para que celebrase un misa de difunto. Las colectividades regionales lo buscaban para que celebrase la misa el día de su fiesta. Ahí estaba también bendiciendo las nuevas obras en nuestro Estadio o presenciando la presentación de un libro. Llegó a formar parte del paisaje habitual de nuestra institución con su presencia y una energía que parecía incombustible.
Más de sesenta años dedicados a la enseñanza y tres décadas de capellán de Estadio Español y luego de la Colectividad Española, junto a su ascendiente moral, lo convirtieron en un pilar de la espiritualidad y del hispanismo en nuestro Estadio. Recibió en vida el reconocimiento a su labor a través de condecoraciones, quizás la más importante la Encomienda de la Orden de Isabel la Católica, y también homenajes de casi todas las instituciones españolas de Santiago. Sin embargo, su mayor satisfacción, como el hombre bueno y justo que fue, era el gran afecto que recibía de todos los que le rodeaban, en particular dentro de nuestro Estadio Español. Nos dejó el 27 de septiembre de 2012 y sin duda durante su ejemplar vida hizo suyas las palabras de San José de Calasanz: “El perfume del buen religioso consiste en hacerse un vivo retrato del ejemplar de toda virtud: Jesucristo, de modo que todas sus acciones, palabras y pensamientos hagan que todos los que lo ven sientan el perfume de Cristo”.
Publicado en: Revista Estadio Español nº 9 (Julio, 2015): pág. 17. Editada por Estadio Español de Las Condes.
Pocos acontecimientos registra la historia universal que hayan tenido tanta trascendencia como el descubrimiento de América el 12 de octubre de 1492. A partir de ese día los horizontes de la humanidad se ensanchan y la ciencia occidental debe cambiar de fundamentos ante la existencia de una realidad que los hombres de la época no sospechaban. El viaje de Cristóbal Colón permite descubrir un continente ignorado, abre a la navegación el Atlántico, y es el punto de partida para la creación, en su sentido más amplio, de un Nuevo Mundo.
En los siguientes años comienza una alucinante historia de exploraciones en la que los españoles cruzan extensas comarcas, escalan cordilleras, atraviesan desiertos, ríos y selvas. En cuatro décadas los descubrimientos abarcan, desde la Florida a la Patagonia, un territorio cuatro veces mayor que Europa. En tan corto lapso fundan ciudades, instalan imprentas, hospitales y universidades, establecen virreinatos y capitanías. Se inicia además la radicación de miles de españoles en tierras americanas. Culturas y razas diferentes se encuentran, ora violenta, ora pacíficamente. Si bien la conquista tendrá aspectos oscuros, durante tres siglos la clara voluntad de fusión del español con el indígena dará paso al mestizaje cultural y étnico. A su vez, el aporte hispano representado por la religión, las leyes, la organización administrativa y el idioma castellano, aquel nacido en el valle riojano de San Millán de la Cogolla durante el siglo X, serán adaptados a las circunstancias de la vida americana. A la postre todo ello acabará fundiéndose en un crisol del que surgirá una realidad diferente que le dará forma propia y única a Hispanoamérica.
Una consecuencia de Descubrimiento quizás no suficientemente enfatizada, es la apertura, para los españoles primero y luego para otros europeos, de una tierra de promisión a la cual emigrar en búsqueda de nuevos y mejores horizontes, dejando atrás luchas políticas, religiosas o aflicciones económicas. A lo largo de estos 500 años aproximadamente diez millones de españoles cruzan el océano y echan raíces en América, siendo hoy en día la población descendiente de ellos más numerosa que la de la propia España.
La Rioja, si bien no se vio afectada por la salida de contingentes numerosos como Andalucía y Extremadura, no estuvo ausente de la empresa americana. Durante la época colonial se desplazaron desde ella capitanes, gobernadores y misioneros que tuvieron, junto a soldados y colonos, destacada participación. Sin embargo, es sólo después de la Independencia cuando llegan cantidades numéricamente significativas, en especial al cono sur del continente. Desde la última década del siglo XIX hasta nuestros días unos cuatro mil riojanos emigraron a Chile, siendo acogidos generosamente. Ellos y sus descendientes vincularon su destino al del país aportando un nuevo matiz a la cultura local, se extendieron por todas las clases sociales, y contribuyeron de manera decisiva al desarrollo de importantes sectores industriales.
Nuestra colectividad, con más de 80 años de vida institucional en Chile, primero bajo la denominación de Sociedad Benéfica Provincia de Logroño y desde 1982 de Sociedad Benéfica La Rioja, viene desarrollando desde hace dos años, dentro del marco de la conmemoración del Quinto Centenario, una intensa labor que culmina este mes de noviembre. Durante su transcurso tendrá lugar la inauguración del Rincón Riojano, futura sede de nuestra institución, y la realización del Segundo Congreso Mundial de Centros Riojanos, que contará con la asistencia de las más altas autoridades de nuestra Comunidad y de delegaciones venidas de diversos puntos de España y América. Queremos invitar a todos los riojanos y amigos de esta colectividad a acompañarnos en estos dos acontecimientos, que confiamos darán un especial relieve a nuestras actividades en un año de tanto significado como éste para el mundo hispánico.
Juan Antonio García-Cuerdas
Editorial, Revista Anuario Rioja ,Santiago de Chile (octubre, 1992): p. 1.
Mi pasión por los libros y la lectura, junto a una gran curiosidad intelectual, vienen desde niño. Fue una suerte que mis padres detectaran estos intereses y los fomentaran a temprana edad. Siendo ya estudiante universitario, a mediados de la década de 1970, comencé a acudir a las librerías de viejo del sector Merced/Lastarria. Recuerdo de esa época con especial agrado a don Gustavo Bartolini, propietario de la Librería Técnica USA, situada en la calle Lastarria, la que frecuentaba para hojear, seleccionar y comprar en cómodas cuotas aquellos libros que me atraían, los que por entonces se enfocaban principalmente en el derecho y en la historia de Chile y de España.
A inicios de los ochenta estuve residiendo por segunda vez en Madrid y en La Rioja. Durante esa estadía visité de manera habitual librerías, ferias y bibliotecas, y definí intuitivamente el objetivo principal de mis futuras andanzas urbanas en búsqueda de libros. Centrando mi atención en aquellos referidos a la historia, etnografía, lingüística, etc., de las tierras donde vivieron mis padres y demás antepasados, enfocándome en La Rioja de manera primordial y en Navarra y el País Vasco, todos territorios que siglos atrás formaron parte del antiguo reino de Navarra. Unos años después me orienté, también, hacia los libros relacionados con la migración española hacia Chile entre 1818 y 1950. Comencé así a formar una biblioteca que, con el tiempo, me sería de gran utilidad para escribir algunos de mis propios libros.
Un autor cuya creación literaria me llamó poderosamente la atención entonces, fue Gonzalo de Berceo (Berceo, La Rioja, c. 1195-San Millán de la Cogolla, La Rioja, c. 1260), primer poeta conocido en lengua castellana y uno de los principales representantes del mester de clerecía. Tengo en mi poder varios libros, ediciones en rústica de mediados del siglo XX, con algunas de sus composiciones poéticas. Pero además poseo una edición magna en tapa dura de 1.092 páginas con su Obra completa, publicada en 1992, la que me obsequió el que era entonces cronista oficial de La Rioja, el estimado y recordado p. Felipe Abad León. Si bien es una publicación “reciente”, tanto por la significación histórica del escritor para la lengua castellana como por sus resonancias personales, es un ejemplar insoslayable en mi devenir bibliófilo.
Gonzalo de Berceo fue un clérigo que se educó, escribió y vivió gran parte de su vida en el monasterio de San Millán de la Cogolla (son dos edificios, San Millán de Suso que fue erigido en el siglo VI y San Millán de Yuso, que lo fue en el siglo XI), distante poco más de un kilómetro de Berceo, su pueblo natal, del que tomó su nombre. De su obra se conservan diez textos, organizados en estrofas de cuatro versos alejandrinos de catorce sílabas y rima consonante uniforme. Fueron escritos en el romance castellano de la época, tal como lo manifiesta el autor al inicio de la Vida de Santo Domingo:
Quiero fer una prosa en romanz paladino en cual suele el pueblo fablar con so vecino ca non so tan letrado por fer otro latino, bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.
El poeta, con natural sencillez, declara que no es lo suficientemente versado para escribir en latín y que por ello escribe en el lenguaje llano y claro “en cual suele el pueblo fablar con so vecino”. Con igual campechanía agrega que beberá un vaso de buen vino antes de iniciar la tarea, costumbre que era muy propia de la gente del campo de esta región antes de iniciar las labores diarias, hasta hace pocas décadas atrás.
La zona geográfica en que se situaban la localidad de Berceo y el monasterio de San Millán, que hoy pertenece a la Comunidad Autónoma de La Rioja, fue durante los siglos X al XII un territorio fronterizo del reino navarro cuya posesión le fue disputada por Castilla, hasta entrar definitivamente en la órbita de esta última. Por entonces, las lenguas que se utilizaban en el lugar alternaban entre el latín escrito de los monjes copistas del monasterio, el dialecto romance hispánico utilizado en el habla diaria (derivado del latín vulgar o popular) que era ya un balbuceante castellano y el vasco.
San Millán fue un importante centro cultural medieval que dispuso de un scriptorium (escritorio) en el cual los monjes se dedicaban a la lenta y fatigosa labor de copiar e ilustrar textos manuscritos con el fin de incrementar la biblioteca monacal y facilitar su uso a aquellos que requerían estudiar, rezar o predicar. Esta biblioteca logró reunir una importante colección de códices de los siglos VIII al XI, incrementando sus fondos en los siglos siguientes con ediciones raras, ejemplares casi únicos y valiosos incunables.
El monasterio de San Millán de la Cogolla jugó un rol trascendental en la configuración inicial del idioma castellano. Entre sus códices, el más conocido es el Aemilianensis 60, un manuscrito creado hacia el siglo IX cuyo interés se debe a que contiene las denominadas Glosas Emilianenses, más de mil en latín, romance y vasco. Las glosas son anotaciones escritas al margen de un texto para explicarlo o comentarlo. La glosa 89 es el primer testimonio (fines del siglo X) en el que se utiliza el romance popular para escribir una oración completa con estructura literaria (no son solo palabras sueltas), romance que ya se corresponde con algunas de las características propias del castellano. Asimismo, en otras dos glosas del códice mencionado, aparecen los vestigios más antiguos de palabras escritas en euskera.
NOTA
Reseña publicada en la página web bibliofilos.cl de la Sociedad de Bibliófilos Chilenos (sección Socios y Colecciones) en enero de 2021.
José María Viguera Izurieta, o Choche, como le conocíamos todos, nació en Ortigosa de Cameros en 1933. Llegó a Chile cuando apenas se empinaba sobre los catorce años de edad junto a sus padres y hermanos, para radicarse definitivamente en este país. Los primeros años fueron de mucho trabajo y esfuerzo hasta que el grupo familiar logró independizarse comercialmente y establecer con gran éxito la casa Iregua, que llegaría a ser una acreditada marca de venta de menaje, cristalería y regalos para novios que perdura hasta hoy.
El rigor del trabajo diario no le impidió practicar la pelota vasca en los frontones del Estadio Santa Laura y luego del Estadio Español, donde lució su destreza muchos fines de semana. Tampoco afinar su garganta y cantar unas encendidas jotas, que en todos los encuentros sociales eran pedidas por los asistentes para cerrar una fiesta que fuese digna de ser recordada. Él estaba siempre dispuesto a participar y colaborar en lo que viniera, con una alegría y un carisma que le granjeaban amigos por donde quiera que fuese.
Era un enamorado de su tierra riojana y de su pueblo, donde viajaba con la mayor frecuencia que podía junto a la Juanita, su mujer. Allí en La Rioja, y sobretodo en la Sierra de Cameros, era un personaje conocido en variados ámbitos. Gozaba incluso de la especial consideración de las autoridades principales de la provincia, fueran de uno u otro bando político, pues Choche estaba por encima de banderías o partidismos. Era un riojano en estado químicamente puro.
Entrado en la cincuentena decidió abandonar el día a día en sus negocios e integrarse en las actividades de la colectividad riojana, primero como director en 1984, luego como vicepresidente entre 1985 a 1990 y finalmente como presidente de la Sociedad Benéfica La Rioja entre los años 1990 y 1995.
Su desempeño esos años fue sobresaliente, se convirtió en un líder emprendedor, lleno de ideas y de energía que nos transmitía a los que estábamos a su lado. Supo vislumbrar con claridad que el desarrollo de la colectividad riojana debía vincularse al Estadio Español y proyectarse en su interior. Al asumir como presidente en 1990 se impuso como objetivo principal que los riojanos tuviesen una casa propia al interior de esa institución. Con este fin se acercó al entonces presidente de la Comunidad Autónoma de La Rioja, José Ignacio Pérez Sáenz, para solicitarle el apoyo económico de esta, con el fin de edificar un inmueble, encontrando rápido eco en aquél. A mediados de septiembre de 1991, con el financiamiento asegurado, se colocó la primera piedra. Fue una entrañable ceremonia, en que se utilizó zurracapote para la mezcla del cemento, simbolizando la mixtura de culturas y voluntades que se daban la mano en esa ocasión. Casi un año después, en noviembre de 1992, se celebró en el Estadio Español de Santiago de Chile el Segundo Congreso Mundial de Centros Riojanos, oportunidad en la que se procedió a la inauguración del así denominado Rincón Riojano, que hacía realidad los anhelos de un grupo de soñadores y de toda una colectividad.
Un cuarto de siglo ha pasado desde entonces, y los que fuimos parte de ese esfuerzo conjunto recordamos de manera entrañable a aquellos que ya no nos acompañan, pero especialmente a Choche, fallecido en 2007, quien fue alma, brazo y corazón de esa iniciativa.
Si la verdadera muerte es el olvido, seguiremos recordando a Choche aún por largo tiempo mientras resuena en nuestra mente su voz recia y profunda cantando “… ese toro enamorao de la luna…” y sobretodo aquella otra “… fina y galana, la virgen de Valvanera…”.
Recordar a D. Rufino Melero López de Goicoechea (Navarra, 1888-Santiago de Chile, 1987) no es cosa fácil, al menos en pocas palabras. Sus datos biográficos nos dicen que emigró a Chile a los 22 años de edad, que se radicó en Valparaíso trabajando en una curtiembre para pocos años después trasladarse a Santiago donde estableció asociado una curtiembre en la calle Vivaceta la que en 1943 fue de su exclusiva propiedad. Los logros económicos de la mano de una voluntad y fe inquebrantable corrieron a parejas con la formación de una familia luego de casarse con Josefina Rodríguez Aguirrezabal, con quien tuvo cinco hijos: Paz, Isidoro, Manuel, Rosario e Isabel.
En su larga vida, inspirada en sólidos principios cristianos, supo aunar con claro intelecto el trabajo empresarial con actividades benéficas, culturales y sociales. Desde que en 1915 asumió la presidencia del Club Ciclista Español de Valparaíso, con dinamismo y responsabilidad contribuyó más tarde a la creación y desarrollo de las más diversas instituciones filantrópicas de la colectividad española. Los gobiernos de España y Chile reconocieron sus méritos y le condecoraron, pero en el seno de la colectividad tuvo la mayor satisfacción pues en algún momento se le paso a considerar como un patriarca, un primus interpares. El hombre sabio y bueno capaz de aconsejar y orientar a la acción a sus iguales.
De las muchas instituciones a las que sirvió dos concentraron sus mayores afanes, Estadio Español y Hogar Español. Sin embargo, en Estadio Español es donde mejor quedó plasmado su espíritu visionario. Fue el tenaz impulsor de esta institución hoy insustituible destinada a que los españoles y sus descendientes pudieran mantener vivos los vínculos de la hispanidad y las tradiciones españolas con el objeto de fomentar la convivencia social y la práctica de deportes. Un 12 de octubre de 1946 fue colocada la primera piedra siendo el primer directorio presidido por D. Rufino. Cincuenta y cuatro años después el Presidente del Gobierno de Navarra descubría su busto en bronce a modo de homenaje a su fundador principal.
Dotado de una extraordinaria vitalidad y longevidad vivió sus últimos años con una capacidad física e intelectual plena de lucidez y energía, daba clases de puntualidad, siempre jovial y ocurrente paseaba por nuestro Estadio repartiendo comentarios chispeantes y dejando en claro la que era su divisa: se viene a este mundo para servir y no para ser servido.
Publicado en: Revista Estadio Español nº 7 (Octubre, 2014): pág. 2. Editada por Estadio Español de Las Condes.