Por Juan Antonio García-Cuerdas
Recordar a D. Rufino Melero López de Goicoechea (Navarra, 1888-Santiago de Chile, 1987) no es cosa fácil, al menos en pocas palabras. Sus datos biográficos nos dicen que emigró a Chile a los 22 años de edad, que se radicó en Valparaíso trabajando en una curtiembre para pocos años después trasladarse a Santiago donde estableció asociado una curtiembre en la calle Vivaceta la que en 1943 fue de su exclusiva propiedad. Los logros económicos de la mano de una voluntad y fe inquebrantable corrieron a parejas con la formación de una familia luego de casarse con Josefina Rodríguez Aguirrezabal, con quien tuvo cinco hijos: Paz, Isidoro, Manuel, Rosario e Isabel.
En su larga vida, inspirada en sólidos principios cristianos, supo aunar con claro intelecto el trabajo empresarial con actividades benéficas, culturales y sociales. Desde que en 1915 asumió la presidencia del Club Ciclista Español de Valparaíso, con dinamismo y responsabilidad contribuyó más tarde a la creación y desarrollo de las más diversas instituciones filantrópicas de la colectividad española. Los gobiernos de España y Chile reconocieron sus méritos y le condecoraron, pero en el seno de la colectividad tuvo la mayor satisfacción pues en algún momento se le paso a considerar como un patriarca, un primus interpares. El hombre sabio y bueno capaz de aconsejar y orientar a la acción a sus iguales.
De las muchas instituciones a las que sirvió dos concentraron sus mayores afanes, Estadio Español y Hogar Español. Sin embargo, en Estadio Español es donde mejor quedó plasmado su espíritu visionario. Fue el tenaz impulsor de esta institución hoy insustituible destinada a que los españoles y sus descendientes pudieran mantener vivos los vínculos de la hispanidad y las tradiciones españolas con el objeto de fomentar la convivencia social y la práctica de deportes. Un 12 de octubre de 1946 fue colocada la primera piedra siendo el primer directorio presidido por D. Rufino. Cincuenta y cuatro años después el Presidente del Gobierno de Navarra descubría su busto en bronce a modo de homenaje a su fundador principal.
Dotado de una extraordinaria vitalidad y longevidad vivió sus últimos años con una capacidad física e intelectual plena de lucidez y energía, daba clases de puntualidad, siempre jovial y ocurrente paseaba por nuestro Estadio repartiendo comentarios chispeantes y dejando en claro la que era su divisa: se viene a este mundo para servir y no para ser servido.
Publicado en: Revista Estadio Español nº 7 (Octubre, 2014): pág. 2. Editada por Estadio Español de Las Condes.