Participó en la fundación del Estadio Español de Las Condes y en varias instituciones de la colectividad. En todos los ámbitos, destacó por su sentido humanitario y generosidad
Por Juan Antonio García-Cuerdas
Al suroriente de la provincia de Burgos y enclavada en la denominada Sierra de la Demanda, se encuentra Vallejimeno. Es una pequeña localidad, situada en una dehesa, a poco más de mil metros de altura, rodeada por una abrupta geografía montañosa que conoció mejores épocas en siglos pasados con la lucrativa crianza de ovejas merinas.
En dicho lugar, en el hogar de José Sáinz y Segunda López reinaba la alegría el 28 de junio de 1908 cuando nació el quinto y último de sus hijos, que venía a incrementar la familia y la escasa población local. El nombre sería Benigno, el del santo de ese día. Y para quienes creen que el nombre es un rasgo de identidad de quien lo porta, no era inocuo bautizar a un niño así. Benigno se iría apropiando de este nombre, y a la vez adjetivo calificativo, sinónimo de bondadoso, generoso y humanitario.
Las duras tareas cotidianas de cultivo de las huertas familiares, el inminente llamado a la “mili” y las pocas expectativas que presentaba Vallejimeno para un joven como él, quedaron atrás cuando el año 1926 recibió la llamada de su hermano mayor Fernando, que desde 1911 se encontraba en Santiago de Chile. Había logrado establecerse como comerciante en el sector de Estación Central y necesitaba una persona de confianza que le apoyase en sus negocios. La suerte estaba echada, Benigno, de 18 años, debía partir. Sin amilanarse aceptó el desafío. Tras cuatro semanas de travesía llegó a la bulliciosa Estación Mapocho, donde logró reconocer entre el gentío a Fernando por el parecido con una de sus hermanas.
El aprendizaje del oficio fue fatigoso, las jornadas eran largas. Cuando había posibilidad, se acercaba al frontón del Estadio Santa Laura, afición que había adquirido de niño cuando con otros jóvenes de Vallejimeno usaban la pared posterior de la iglesia para esta práctica.
Pero Benigno sabía lo que quería, su rumbo apuntaba a independizarse, estableciendo su propio comercio, y estaba dispuesto a colocar todo su tiempo, esfuerzo y ahorro. Dos décadas después lo había logrado y era el propietario, junto a su hermano, de los almacenes y fábrica de colchones y somieres El Sur, en calle San Diego. De ahí en adelante tendría más tiempo para desplegar su vocación humanitaria, que desarrollaría sin intermitencias hasta avanzada edad. En 1946, Benigno ya figuraba entre el grupo de dirigentes que firmaron el Acta de fundación del Estadio Español, y al inaugurarse en 1950 formaba parte del primer directorio de la institución.
Pocos años después se involucró además en el desarrollo de la Sección Frontón, con el propósito de mejorar la infraestructura para la práctica de la pelota vasca. De esta sección fue su presidente y un activo deportista hasta la tercera edad, concurriendo a varios campeonatos mundiales como dirigente y entrenador.
Pero sus afanes filantrópicos en favor de la colonia no se quedaron sólo en el Estadio Español, se extendieron también a la Colectividad Burgalesa, de la que fue diligente miembro de su directorio y colaborador hasta su fusión con la Colectividad Castellano-Leonesa, en 1994. Asimismo, entre las décadas de 1960 y 1980, participó activamente en el directorio de la Sociedad Española de Socorros Mutuos y Beneficencia, ocupando el cargo de tesorero e integrando varias de las comisiones internas. El Hogar Español también supo de su ayuda. Recordadas son las travesías en su camioneta por San Diego y calles cercanas, junto a la madre Espíritu, recogiendo donaciones de los comerciantes españoles de la zona.
Benigno era un español de tomo y lomo, que bregaba por el bienestar de sus compatriotas. Nunca se escuchó un mal comentario sobre él; se destacaba su comportamiento intachable, dedicación a la colonia y su honorabilidad comercial. Sus clientes lo apreciaban sinceramente. Sentían que sus colchones durarían toda la vida y quedarían para la siguiente generación, porque Benigno fabricaba cada uno como si fuesen para su propio uso. También cultivó grandes amistades y afectos en el Estadio Español a lo largo de su vida. Su trayectoria como dirigente fue reconocida por el gobierno español, cuando se le otorgó la condecoración de la Orden de Isabel la Católica en justo reconocimiento a sus méritos.
En el plano personal, se casó el 22 de abril de 1959 con Esperanza Cambil Escobar, hija de andaluces, con quien tuvo dos hijos, Mónica y Fernando. La llegada de los nietos –Lucas y Sofía, además de Martín, al que no conoció– fueron parte de sus grandes alegrías, luego de dejar los negocios el año 1986.
Tras una larga y fructífera vida, y con la satisfacción de sentir que había cumplido con su misión en este mundo, se fue de manera discreta, como había sido él, sin sufrimientos ni enfermedad, cerrando sus ojos en la paz del Señor el domingo 8 de marzo de 1998.
Publicado en: Revista Estadio Español nº 12 (Mayo, 2016): pág. 2. Editada por Estadio Español de Las Condes.